Recuerdo una primavera, cuando mi hijo era un bebé, en la que contra todo pronóstico una noche empezó a granizar. No fue una granizada normal, lo hacía con tanta fuerza que te paralizaba, era como si el cielo se hubiera enfadado de verdad y lanzara toda su ira contra nosotros, pobres mortales. Quizá la mereciéramos, no lo sé. Fui a la habitación de mi pequeño, le cogí en brazos, me metí con él en el cuarto de baño a oscuras y cerré la puerta. Allí permanecimos como una hora, yo de pie apoyada en la pared, abrazando todo su cuerpo y él respirando tranquilo, en el mundo de los sueños.
No sé por qué me acuerdo ahora de ese momento, puede ser que porque sea uno de los más raros que he vivido. Y hoy también es un día raro. Nunca me ha gustado hacer balance el día 31 de diciembre y no voy a empezar hoy. Los recuerdos buenos los llevo conmigo, van a estar siempre ahí y ojalá se sigan materializando en los días venideros. Y no quiero darme otro revolcón por los malos, ahondar en ellos, revivirlos. No. Esa caja prefiero cerrarla con llave. Sabré que existe, que contiene material sensible, pero dejarla sellada me parece lo mejor.
Creo que lo que da sentido a este camino que es la vida son las personas que te acompañan en él. Algunas se cruzan, otras siguen tu ritmo, o te adelantan o se quedan atrás, hay quien desaparece sin que lo esperaras y quien aparece por sorpresa provocando una explosión propia de un choque frontal de trenes. Cada una de estas personas conforman nuestras experiencias y posteriormente, si se alejan, nuestros recuerdos. Las relaciones personales, en mi opinión lo son todo. Y eso significa entre otras muchas cosas que casi nada de lo que nos pasa depende únicamente de nosotros mismos.
En esto me ha hecho pensar la última película que he visto este año. No es de 2014, creo que es de 2010. Se titula Submarine y tiene una música íntima y maravillosa de Alex Turner, el cantante de Arctic Monkeys, un tío que no ha llegado a los 30 y lleva años demostrando tener un talento loco. Me fascina la gente tan joven y con tanto mundo interior, tantas cosas que contar y que cuentan tan bien a pesar de su cortísima edad. Algunos han desfilado por el blog este año, recuerdo a Ben Brooks, a Ben Kweller, a Ed Sheeran...
Pero yo iba a escribir de Submarine. En esta película se habla de un chaval inglés que espía a sus padres, escucha música en cintas de casete y escribe cartas en nombre de otros. Empieza a descubrir lo complicadas que son las relaciones de los adultos y lo difícil que es desenvolverse con soltura en el instituto y en el amor. En una escena aparece tumbado en su cama pensando en todo esto y de pronto su habitación se transforma en un océano en el que su cama, con él sobre ella, se va hundiendo poco a poco.
Ahora creo que es esta escena la que me ha hecho conectar con mi recuerdo de la noche de la granizada por sorpresa, en la que una madre novata se encerró con su hijo en el cuarto de baño.
Más que los 31 de diciembre me gustan los 1 de enero, porque prefiero los principios a los finales. Y me encanta salir esa mañana del día 1 a la calle a pasear o a correr, en busca del sol de invierno, más amable que el granizo de primavera, sola, sin más compañía que la de mis pensamientos y mi deseo de que los 365 días que comienzan merezcan, al menos en su mayoría, la pena.